20 Mar La calle del General Arrando que, en justicia, debía estar dedicada a Isabel Colbrand.
Entre las calles de Almagro y Santa Engracia se encuentra la calle del General Arrando, una vía que se abrió en la segunda mitad del siglo XIX, cuando se lleva a cabo el ensanche proyectado por Carlos María de Castro. Una bella calle en uno de los barrios más castizos de Madrid, Chamberí.
El personaje al que está dedicada en la actualidad es José Arrando (1815-1893), general que defenderá la causa liberal en las tres guerras carlistas. Sin embargo, no fue el primer nombre que tuvo esta calle pues hasta el pleno del 20 de noviembre de 1895 estuvo dedicada a Isabel Colbrand. Parece ser que fueron los propios vecinos los que solicitaron este cambio tal y como desvela el acta del pleno de ese día: “Se acordó como proponía la Comisión 10ª en su informe de 15 del actual, acceder a lo solicitado por los propietarios de la calle de “Isabel Colbrán” y denominar a ésta en lo sucesivo del “General Arrando” perpetuando así la memoria de tan bizarro General.” Es muy posible que a los vecinos les pareciese más digno el nombre de este general que el de la ya, por entonces olvidada, desconocida Isabel Colbrand. Desde mi vista un craso error pues su singularidad es mayor que la de otro general liberal más, sin desmerecer los méritos de D. José Arrando.
Y, ¿quién era ésta mujer? Hagamos un poco de historia para conocer a una de las más insignes madrileñas que en vida tuvo rendidas a sus pies a todas las cortes europeas.
Hija del violinista de Carlos III, Juan Colbrandt, nació en Madrid en 1785. Desde los seis años recibirá una completísima formación musical con los más destacados músicos que existían en la Corte. Así, fueron sus maestros, el compositor Francisco Pareja, el castrato Carlo Martinelli y, ya en Italia, el compositor y cantante Girolamo Crescentini.
Muy pronto, la joven Isabel comenzó a destacar como cantante, tanto es así, que llegó a actuar en la Corte ante el embajador francés Leonardo Bonaparte que había organizado, con ella como atracción principal, una gala para los reyes. Fueron tales los elogios que recibió que la propia Mª Luisa de Parma decidió pagar a la joven sus estudios en París. Es en esta ciudad donde la joven en 1801, con 16 años, debutará como cantante de ópera. Incluso participará en un concierto con motivo de la coronación de Napoleón. Tras su estancia en París, volverá ya como gran diva operística a España, para marcharse a Italia donde su carrera se desarrollará de éxito en éxito. En 1807 llega a Milán y posteriormente triunfará en Venecia y Roma para, finalmente, ser contratada en 1811 por Doménico Barbaja como Prima Donna del Teatro de San Carlo en Nápoles. Será este empresario, además de su amante, quien la inicie en el gusto por el juego, pasión que amargará los últimos años de su vida.
En 1815 Barbaja decide contratar como compositor del teatro napolitano a Gioachino Rossini para conformar la pareja (compositor y cantante) más destacada de principios de siglo. El gran compositor encontrará en Isabel a la más perfecta intérprete de sus obras, además de la musa para la que compondrá lo mejor de su producción. Durante siete años creará obras exclusivamente para ella, las heroínas de sus obras se basarán en la figura de la Colbran. La primera será Elisabetta, Regina de Inghilterra, le seguirán la Desdemona de Otello, Lisetta en La Gazetta, Armida, la Elicia de Moises en Egipto, la Zoraida de Ricardo e Zoraide, Ermione, Elena en La Donna del Lago y Ana en Mametto Secondo. Estos años supondrán el cenit de su carrera, para convertirse en la cantante más famosa de la Europa de la Restauración. Se cuenta como el Teatro de San Carlo, rendido a sus pies coreaba «Tu sei la vera Regina».
Tan estrecha colaboración con Rossini hará que se conviertan en amantes y juntos se marchen a Londres en 1821. En 1822 se casan. Vuelven a Venecia donde el compositor escribirá para ella Zelmira y Semiramide (1823). Esta última será muy atacada por la crítica, tanto la obra como a la propia Colbran que ya en esos años había perdido voz.
Así, Isabel decidirá retirarse en 1824 a su villa de Bolonia. Su matrimonio se resentirá debido al fuerte carácter de ambos y finalmente se separarán en 1837.
Sus últimos años serán de un claro declive, potenciado por su afición al juego (curiosamente Rossini nunca la abandonará y avalará sus innumerables deudas). Finalmente, a la edad de sesenta años, fallecerá en Bolonia (1845) y será enterrada en el panteón familiar (no muy lejos de donde se encuentra enterrado el que fue su marido).
A Isabel Colbrand se la consideró la mejor mezzosoprano y soprano dramático-coloratura de su tiempo. Además, fue una notable compositora de canciones. Llegó a publicar cuatro colecciones de canciones que dedicará por este orden, a Isabel II, a la Emperatriz de Rusia, al príncipe de Beumarchais y a su maestro Crescentini.
Curiosamente, será tía Julia Espín y Colbrandt, también soprano y musa de la Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer.
Como podéis ver, una vida realmente destacable que merecería haber sido premiada con el nombre de esta bella calle de Madrid. Curiosamente, la vía, tras la Guerra Civil, recibió el nombre de General Goded (encargado del alzamiento militar en Barcelona en 1936). En 1980 la calle recupero el nombre de Genaral Arrando. Habría sido este un buen momento de hacer justicia a la Colbran pero el pleno del ayuntamiento no estuvo más afortunado que el que privó a la cantante de este honor. Cabe decir, esos sí, que la artista sí tiene dedicada una larga calle en Madrid, en Las Tablas, zona menos noble pero que al menos sirve para recordar a tan notable mujer.
Pasemos ahora a recorrer la calle para destacar lo más notable de ella:
De entre todos los vecinos que en ella han habitado sin duda el más notable es Antonio Machado. Su familia se mudó al número 4 de la calle en 1914 y allí vivió hasta que abandona España junto con su madre en 1939.
En el aspecto artístico caben destacar una serie de edificios de notable calidad al ser ésta zona uno de los espacios preferidos por la alta burguesía y nobleza de Madrid para construir sus nuevas residencias a principios de siglo. Perfecto ejemplo es la Casa Palacio del Conde de Campo-Giro (Venancio López de Ceballos, creador de la pistola que lleva su nombre), bello edificio proyectado por Mariano Carderera Ponzán en 1907.
Algo más arriba estaría uno de los más originales y atractivos de la calle: la que fue casa de Don Manuel Pérez de Ayala. El edificio fue construido por Joaquín Mª Fernández en 1897 para el Conde de Cedillo en un interesante gusto neo-medievalista con elementos góticos. Destacan sus bellos miradores de tracerías de influencia toledana y veneciana.
Medianero con este edificio se encuentra el Instituto Oftálmico Nacional, bello edificio diseñado por José Urioste Velada en 1896 para la fundación creada por de Don Francisco de las Herrerías y del Arco. Desafortunadamente, una reforma le añadió una planta que rompe las proporciones del edificio.
Finalmente, deberíamos señalar dos típicos palacetes de principio de siglo, el Palacete del Duque de Tamames, obra de Manuel Álvarez Naya en 1913 y, más notable, el Palacio de los Condes de Paredes de Nava, típico diseño de Joaquín Saldaña de 1913 y que actualmente alberga el instituto de la Ingeniería de España.
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